Adoración y Misión en la primer década del S. XXI

Adoración y Misión en la primer década del S. XXI

Para el pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos, los tiempos de renovación espiritual significan momentos en los cuales se recupera una conciencia colectiva de la santidad de Dios, de su trascendencia, del hecho maravilloso de su revelación a los seres humanos, y de su poder para vivificar a la iglesia y convertir a los pecadores. La adoración, al igual que todo otro aspecto de la vida cristiana, puede pasar por períodos de fatiga y rutina en los cuales la vida del pueblo de Dios parece ser nada más que la repetición de un ritual frío y formalista. Los movimientos de renovación suelen ser movimientos por medio de los cuales la iglesia recupera su visión y su dinamismo espiritual, regresa a las fuentes de la fe, es purificada de los males que resultan de un formalismo frío que ha perdido la presencia del Espíritu y el gozo de la vida cristiana. Generalmente esta renovación lleva a un nuevo sentido de adoración a Dios y una renovada toma de conciencia de la misión; gracias a ella la iglesia puede enfrentar nuevos tiempos históricos y cambios culturales con nuevas estructuras y nuevas formas de adoración, proclamación, pastoral y servicio.

Se dice que la Reforma nació en medio del canto y popularizó el canto de los fieles como forma de expresión participativa del pueblo junto con los pastores. La práctica del canto congregacional tiene por un lado la influencia de la época moderna que popularizó el libro en manos del hombre común y corriente. Esta creación cultural fue posible gracias al invento de la imprenta de tipos movibles de Gutenberg , y facilitó la difusión de las ideas y prácticas de los reformadores. Pero también la práctica del canto congregacional refleja la influencia del concepto de sacerdocio universal de los creyentes. Así esta práctica presupone una comunidad que vive la experiencia colectiva del entusiasmo espiritual de un renovado sentido de adoración, y que utiliza los recursos culturales disponibles para expresar esa vitalidad espiritual.

Creo que algunos nos preguntamos si ante los tremendos cambios culturales que nos toca vivir en la entrada de este nuevo siglo acaso estamos necesitando una renovación espiritual que nos lleve a formas nuevas y creativas de adoración a Dios que sean contextuales y que nos capaciten para la misión. No se trata sólo de saber si para nuestro gusto musical de personas de clase media algunas formas nuevas de adoración resultan chocantes y aun escandalosas. Se trata de saber si esas formas inquietantes son expresión de un proceso de renovación que está en marcha, y si al rechazar las formas nos estamos negando a una apertura al Espíritu de Dios que busca renovarnos para servirle mejor en el nuevo siglo.

La búsqueda de formas bíblicas y evangélicas de adoración para el mañana tiene que ir a las fuentes permanentes de la vida espiritual: Dios el Espíritu, la Palabra de Dios, el pueblo de Dios. Dios sigue hablando hoy como en los tiempos del salmista: en el libro de su creación y de la historia, y en la palabra de los profetas y los apóstoles. La contemplación de la creación o la historia pueden motivarnos a la admiración o al temor, pero solo la palabra revelada tiene la clave que nos ayuda a leer el mundo y la obra de Dios de manera que nos mueve a la adoración. Solo en Cristo, palabra final de quien da testimonio toda la Escritura, hallamos nuestra paz, nuestra fortaleza, nuestra esperanza, y respondemos con gratitud, temor y temblor reverente, y adoración genuina. La Palabra de Dios no es un recetario que nos da respuestas fáciles para toda ocasión. Tampoco es un arsenal de motivos y paradigmas para justificar nuestras preferencias políticas. Es ante todo palabra revelada de Dios que nos invita a tener fe, nos confronta para inducirnos al arrepentimiento y nos impulsa a la adoración. Leer la Palabra no es sólo un ejercicio intelectual, es lectura en oración, atenta al Espíritu que se mueve y habla hoy.

Aunque vivimos la fe de manera personal y seguimos a Cristo llevando nuestra propia cruz, lo hacemos siempre como parte de un pueblo y una comunidad. Por eso aun en la intimidad oramos al Señor como «Padre nuestro»; intercedemos por los hermanos y hermanas y por el mundo. Por eso la espiritualidad puede enriquecerse con la experiencia de creyentes de otras épocas que aprendieron el arte de escuchar a Dios en medio del fragor de sus batallas grandes o pequeñas, y que nos dejaron testimonio en sus escritos. Himnos, oraciones, disciplinas espirituales, biografías son un rico bagaje que nos ayuda en la lectura actual de la Palabra y en el peregrinaje aquí y ahora.
Hay que recordar que la vitalidad espiritual acompaña siempre los momentos de intensidad misionera. Los grandes avances misioneros surgen en el seno de una intensa espiritualidad y una verdadera adoración. De aquí se deduce la validez pastoral de nuestro esfuerzo. Sabremos mejor cómo compartir la fe y pastorear al rebaño, si comprendemos mejor las fuerzas que han conformado la conciencia de nuestro pueblo, y la manera en que han actuado sobre ella tanto ayer como hoy. Pero además, el discipulado implica la forma de concebir el impacto de la fe sobre la sociedad. Es aquí donde la espiritualidad y la adoración conectan con las inquietudes más profundas de cómo vivir una vida profética y de servicio, que exprese los valores del reino de Dios dentro de las condiciones de injusticia, pobreza, corrupción y opresión que caracterizan a nuestros pueblos.

Vivimos ahora en un momento que demanda atención especial y discernimiento. En la última década del siglo veinte nuestras sociedades latinoamericanas, especialmente en el mundo urbano y la subcultura juvenil, han sido afectas por la llamada cultura de la posmodernidad. Algunas de sus características son que hay una declinación de la razón y una exaltación del sentimiento, una nueva actitud hacia el cuerpo humano y sus apetitos, una declinación de las pocas normas sociales derivadas de la ética cristiana que la Iglesia Católica conseguía imponer en nuestras sociedades, una muerte de las ideologías y las utopías que unida al relativismo moral lleva a una actitud hedonista predominante, y finalmente un resurgimiento de la religiosidad y búsqueda de poder espiritual. Nuestra actitud ante estos cambios culturales no es la de saltar a condenarlos o aplaudirlos, sino empezar por considerarlos como notas de una época diferente. Aunque una generación puede verlos como negativos, las generaciones jóvenes los ven simplemente como nuevos. Estas nuevas marcas de la cultura pueden ser vehículos útiles y adaptables para la vida de la iglesia en su adoración y en la comunicación del evangelio.

Necesitamos un discernimiento que nos permita revisar nuestras prácticas a la luz de la Palabra de Dios y distinguir lo que es forma de lo que es contenido, lo que es vaso de barro pasajero que se puede quebrar y cambiar de lo que es el tesoro de valor eterno del evangelio. Este discernimiento viene de una visión renovada de Dios y su poder activo en la historia, del poder de Jesucristo para atraer a cada nueva generación y transformarla, y del poder del Espíritu Santo para inspirar a su Iglesia a ser creativa y fiel al mismo tiempo. Cuando volvemos a tener una visión así de nuestro Dios, se renueva en nosotros el sentido de reverencia, santidad y trascendencia que nos lleva a adorar en espíritu y en verdad y preguntar «Señor:¿qué quieres que hagamos?»

 

De: “FORMAS HISTÓRICAS DE RENOVACIÓN Y ALABANZA”, por Samuel Escobar.

Profesor de Misiología del Eastern Baptist Theological Seminary. Philadelphia, PA, EE. UU. A.

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