La falta de pensamiento filosófico, entiendo por ello una reflexión sobre nuestras propias certezas, se percibe como reflejo inevitable de la posmodernidad. Todos parecen saber de qué hablan, aun cuando no estén demasiado convencidos. Las respuestas de la iglesia frente a los nuevos valores sociales, frente a un espíritu que domina todo, se tornan ineficientes, cuando no complacientes.
Se torna indispensable un espacio de reflexión que nos nutra de argumentos, que nos ayude a clarificar nuestras propias ideas, o si es el caso, nos ayude a reestructurarlas, fortalecerlas o abandonarlas.
La idea de este espacio estriba en exponer las ideas fundantes que caracterizan el espíritu de esta época, que nos toca vivir, a la luz de la enseñanza completa de las Escrituras.