A lo largo de la historia, la libertad ha sido uno de los valores más importantes para los seres humanos. Se han peleado guerras, se han gestado independencias, millones han muerto luchando por ella. Libertad de esclavos, de naciones oprimidas por otras, de clases sociales, libertades civiles, libertad de conciencia, de expresión, religiosa, política, económica. La libertad tiene muchas vertientes y también contradicciones: en nombre de la libertad se han hecho demasiados daños, se ha matado y, paradójicamente, se ha oprimido a muchos. La religión no ha sido la excepción a los abusos sobre la libertad. Con argumentos como el cuidado de la sana doctrina, la pureza de la fe o el combate de los herejes, se ha anulado uno de los principios fundamentales de la misma fe: Dios nos hizo seres libres. No se trata de una libertad «ilimitada», no pudimos elegir donde nacer, ni en qué familia. Pero creo que la libertad que Dios nos ha dado, implica sobre todo, la capacidad de tomar decisiones. La libertad hace que podamos elegir; aún más, podemos elegir vivir sin Dios. Lo que no podemos elegir son las consecuencias sobre nuestras decisiones. Inexorablemente, nuestras elecciones implican consecuencias. Alguna vez una colega dijo que la salud mental consistía justamente en eso, en la capacidad de hacernos cargo de nosotros mismos. Parece que ser libres y hacernos cargo de nosotros mismos, están emparentados. No podemos ser libres haciendo cargo a otros de nuestras decisiones o nuestras «no – decisiones» (que también es una manera de decidir). He visto a hombres y mujeres superarse, y me han inspirado. Lograron vencer sus trabas y vivir con mayor plenitud. En psicología lo llamamos resiliencia. Rompieron con sus limitaciones interiores y se desarrollaron en el plano laboral o artístico; alcanzaron metas que les parecían imposibles; quebraron las barreras internas de complejos y mandatos que les impedían disfrutar más plenamente de la vida en las cosas sencillas. En definitiva, lograron un escalón superior de libertad. Mientras puedas, «vive a lo grande, amigo mío». Así decía alguien que marcó mi vida. Cuando escuchamos algo así, la primera asociación que hacemos es el dinero, los lugares lujosos, la opulencia. Nada de eso es necesario...