En la actualidad, los jóvenes son bastardiados desde distintos frentes. Para el galopante materialismo, expresado en una cultura de mercado que fomenta el consumismo como fin en sí mismo, los jóvenes son los destinatarios de toda una cantidad de productos totalmente innecesarios para la vida, pero que se presentan como imprescindibles.
Por otro lado, en una sociedad totalmente heterogénea y prostituida desde lo moral, las expectativas de progreso que los jóvenes tienen se ven amenazadas por el alto grado de incertidumbre que presentan las condiciones socioeconómicas, y la falta de valores de la clase dirigencial.
A su vez, la ausencia de modelos confiables e imitables producen en los jóvenes cierto grado de irritabilidad a la vez que descontento. El descontento generacional es una de las notas distintivas de la mentalidad postmoderna. Ante tal situación, los caminos parecen cerrarse y las expectativas de progreso obturarse. El optimismo natural que los jóvenes poseen, idealizado por querer cambiar la sociedad, poco a poco se está tornando en pesimismo y ausencia de compromiso.
Ante tal panorama, muchos jóvenes carecen de proyectos propios y se inclinan a determinados vicios disuasorios de la realidad. Las drogas, el alcohol y las distintas prácticas sexuales prematuras surgen como atenuantes de un dolor interior que es imposible de calmar. Las heridas espirituales tienen antídotos dispersivos que son altamente nocivos para la salud físico-mental de los jóvenes.
Una de las prácticas más destructivas entre los jóvenes, reside en las denominadas fiestas previas a las entradas de los boliches bailables, en donde abusan del alcohol y algunas sustancias prohibidas, para seguir bebiendo luego dentro del boliche. Los efectos nocivos que tienen este tipo de prácticas develan el nivel de vaciedad espiritual y de ausencia de contención familiar que tienen muchos de ellos.
Es una pena que muchos de estos jóvenes incurran en estas prácticas. No obstante, bueno es remarcar, que muchos otros se ocupan de estudiar una carrera, ayudan a sus padres y tienen valores espirituales.
Respecto de estos últimos, bueno es recordar las palabras del Eclesiastés: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento…” (Ec. 12:1-2).
Sin dudas, acordarse del Creador es la decisión más sabia que los jóvenes pueden tomar. De muchas cosas un joven se acuerda en esa edad, menos de Aquel que ha permitido su propia existencia. El cultivo de los valores espirituales contribuye al bienestar general del individuo, permitiendo tomar decisiones sabias, prudentes y bien dirigidas.
Un joven que pone a Dios como el centro de todas sus decisiones, tiene el respaldo del Altísimo, y no teme por lo que le pueda pasar en el futuro. Su vida está en Cristo, el Autor de la vida. Es hora que los jóvenes se acerquen a Dios, que busquen a Cristo y que se dejen guiar por los valores de las Escrituras. La inseguridad que encuentran en la propia sociedad puede ser reemplazada por la Paz que produce en las vidas la firmeza de la Roca Eterna. De esta manera, la inestabilidad social y la ausencia de modelos ejemplificadores, pueden ser compensadas con la estabilidad espiritual que produce el acercamiento al que tiene todas las cosas bajo su control.
Se necesita coraje para abandonar una vida sin expectativas, rindiendo culto a los placeres del cuerpo y a los caprichos del alma. Aunque se necesita más coraje para vivir de espaldas a Dios y pensar que se saldrá ileso de semejante desacato. La oportunidad de tener una vida con sentido es ahora, no mañana, pues el mañana no nos pertenece. Por lo tanto, invito a los jóvenes a detenerse ante la cruz, a mirar las marcas de la salvación, a atravesar el costado de la mediocridad, y a descolgar los lazos de pecaminosidad que los atan al fracaso. El tiempo es hoy, vale la pena aprovecharlo.
Claudio Gustavo Barone
Prof. de Filosofía (UBA)