Para el pueblo de Dios tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos, los tiempos de renovación espiritual significan momentos en los cuales se recupera una conciencia colectiva de la santidad de Dios, de su trascendencia, del hecho maravilloso de su revelación a los seres humanos, y de su poder para vivificar a la iglesia y convertir a los pecadores. La adoración, al igual que todo otro aspecto de la vida cristiana, puede pasar por períodos de fatiga y rutina en los cuales la vida del pueblo de Dios parece ser nada más que la repetición de un ritual frío y formalista. Los movimientos de renovación suelen ser movimientos por medio de los cuales la iglesia recupera su visión y su dinamismo espiritual, regresa a las fuentes de la fe, es purificada de los males que resultan de un formalismo frío que ha perdido la presencia del Espíritu y el gozo de la vida cristiana. Generalmente esta renovación lleva a un nuevo sentido de adoración a Dios y una renovada toma de conciencia de la misión; gracias a ella la iglesia puede enfrentar nuevos tiempos históricos y cambios culturales con nuevas estructuras y nuevas formas de adoración, proclamación, pastoral y servicio. Se dice que la Reforma nació en medio del canto y popularizó el canto de los fieles como forma de expresión participativa del pueblo junto con los pastores. La práctica del canto congregacional tiene por un lado la influencia de la época moderna que popularizó el libro en manos del hombre común y corriente. Esta creación cultural fue posible gracias al invento de la imprenta de tipos movibles de Gutenberg , y facilitó la difusión de las ideas y prácticas de los reformadores. Pero también la práctica del canto congregacional refleja la influencia del concepto de sacerdocio universal de los creyentes. Así esta práctica presupone una comunidad que vive la experiencia colectiva del entusiasmo espiritual de un renovado sentido de adoración, y que utiliza los recursos culturales disponibles para expresar esa vitalidad espiritual. Creo que algunos nos preguntamos si ante los tremendos cambios culturales que nos toca vivir en la entrada de este nuevo siglo acaso estamos necesitando una renovación espiritual que...
La Reforma
El 31 de Octubre es una fecha muy importante para la cristiandad no católica. Ese día se recuerda cuando en el año 1517, el Dr. Martín Lutero, un monje agustino, maestro en Artes y en Sagrada Escritura y Profesor Ordinario de esta última disciplina, clavó en la Catedral de Wittenberg (Alemania), las 95 tesis o puntos de discusión como parte de su propuesta para considerar algunos temas muy importantes de la fe y práctica cristiana. El texto de la Escritura que lo conmocionó se encuentra en la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos en el capítulo 1, verso 17, que dice, «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá». Las tesis combatían la venta de indulgencias, y realzaba la verdad bíblica de la salvación por la fe en Jesucristo. Es el documento más importante de la Reforma Protestante, movimiento que, basándose en la soberanía de las Sagradas Escrituras en materia de fe y práctica, da nueva forma y propone el inmediato retorno a la pureza doctrinal del cristianismo. La esencia de este movimiento era la temática de la justificación por la fe. Algunos aspectos que llevaron a Martín Lutero a presentar sus puntos de discusión fueron los siguientes: ¿Cómo pudo ser que no se permitiera la lectura libre de la Escritura Sagrada? ¿Cómo nadie pudo leer o enseñar que nuestro Dios es un Dios de amor, de libertad, que desea comunicarse con nosotros a través de su palabra? ¿Cómo es que se oprimió y en nombre de Dios se instauró una época de terror y de sangre sin precedentes? En nuestros días el profesor de la Universidad de Wittenberg, estamos seguros, censuraría con nuevos golpes de martillo a aquellos que buscan una religiosidad en donde la fe se convierta en mercadería de consumo, las expresiones espirituales en excesos alarmantes, en reemplazo de lo que debe ser un seguimiento profundo de Jesús. Denunciaría en forma enérgica a los que comercian con la fe ofreciendo un evangelio de características antropológicas o centrado en las necesidades de los hombres sin mencionar las responsabilidades de la vida cristiana, a...
El camino para llegar a la vida verdadera
Del Comentario de Santo Tomás de Aquino, presbítero, sobre el evangelio de San Juan. Lectura bíblica: Juan 14:6-7 Santo Tomás de Aquino (1224-1274) Aunque descendía de la clase social más alta de su tiempo, ingresó como fraile a la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán, que hacía su apostolado entre los más pobres. Para cumplir su ideal enfrentó y venció la resistencia de su familia. Estudió en Italia, Alemania y Francia. En la ciudad alemana de Colonia fue discípulo de San Alberto Magno. Enseñó teología en la famosa Universidad de París y asimiló al cristianismo las ideas del gran pensador griego Aristóteles (384-322 a.C.), que recién se divulgaban entonces en Europa y constituían una gran novedad. Por tal innovación tres años después de su muerte el obispo de París condenó su doctrina, pero cincuenta años después la Iglesia rectificó y pasó a considerar a Tomás de Aquino como uno de sus teólogos más profundos y geniales. Su gigantesca obra está escrita en lenguaje sencillo y preciso, y resume y profundiza el saber teológico acumulado hasta entonces por la Iglesia. Detrás de su estilo reflexivo palpita una profunda piedad. Tomás de Aquino, además de teólogo, era un místico que vivía en profunda e íntima comunión con Dios. Comentario En estos párrafos se expresa abordando uno de sus temas preferidos: “Yo soy el camino”. ¿Hacia dónde dirigir nuestra búsqueda? ¿Dónde encontrar el bien y la verdad que anhelamos y nos hagan felices? Ante tantas falsas promesas de felicidad como hoy nos rodean, sigue siendo válida la respuesta cristiana de todos los tiempos: en Jesucristo, camino, verdad y vida. Si buscas por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Éste es el camino, caminen por él. Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando a la meta; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando de la meta. Si buscas a dónde has de ir, aférrate a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar...
Las Sagradas Escrituras nos manifiestan los misterios de Dios
Del Tratado de Hipólito, presbítero, Contra la herejía de Noeto. Lectura bíblica: Jn 1, 1-18 Hipólito (235 d.C) Desconocemos lugar y fecha de su nacimiento, aunque sabemos que fue discípulo de Ireneo y compuso sus escritos entre los años 200 y 235 d.C. Es uno de los teólogos más antiguos de la Iglesia. Este pasaje de Hipólito nos introduce de lleno en el misterio del Dios creador, visible en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo y que nos recrea por el Espíritu Santo. Para conocer a Dios debemos familiarizamos con Su Palabra y por eso una de las principales tareas de nuestra vida cristiana es profundizar en su conocimiento. Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro capricho ni según nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a los deseos de Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha dado a conocer en las santas Escrituras. Cuando sólo existía Dios y nada había aún que existiera con él, el Señor quiso crear el mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso y cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada existía junto a Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único, era también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo fijado de antemano, manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas. Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera invisible para el mundo creado, cuando Dios...