Una pobreza que enriquece

Una pobreza que enriquece

Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos – 2° Corintios 8:9.

Quizás nos parezca extraño que un pobre pueda enriquecer a alguien, pero esto fue justamente lo que hizo el Señor Jesús por nosotros. Vino para nacer en una extrema pobreza: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:12). El mundo no le ofreció otro lugar. Fue “despreciado y desechado entre los hombres… y no lo estimamos” (Isaías 53:3). Nunca tuvo domicilio fijo. Esto fue lo que respondió a una persona que quiso seguirle: “Las zorras tienen guarida, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Lucas 9:58). Él, el Creador del universo, no tuvo nada cuando estuvo en esta tierra. Aceptó que lo ayudasen. Como tomó el último lugar, se hizo totalmente accesible. Se puso al servicio de todos (pobres, ricos, enfermos, poseídos por el diablo, personas heridas por la vida, etc) para satisfacer de un manera perfecta las necesidades de cada uno. Hizo mucho bien a todos, pero libró mayormente a los que sufrían debido al peso de sus pecados. No les repartió bienes perecederos, sino que les dio algo que tiene mucho más valor: la paz con Dios y un corazón y conciencia tranquilos.

Aún hoy Jesús ofrece lo mismo a todos. Aquel que deposita su confianza en Jesús y acepta para sí mismo el valor de su sacrificio expiatorio recibe el perdón de los pecados y la vida eterna. ¡Una riqueza de tal magnitud solo puede provenir de Él! Aunque en la tierra fue pobre, despreciado, y sufrió por amor a nosotros, es y será eternamente Dios, el Dios de toda gracia.

¿Despreciaremos “las abundantes riquezas de su gracia”? (Efesios 2:7).

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