“He aquí Dios es el que me ayuda.” Salmo 54:4.
“Porque Él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” Hebreos 13:5.
“Danos socorro contra el enemigo, porque vana es la ayuda de los hombres.” Salmo 60:11.
Si nadie cuida de un recién nacido, éste deja de vivir al cabo de unas pocas horas. Sucede lo mismo al otro extremo de la vida. Las personas muy ancianas a menudo dependen de los cuidados de sus familiares o del personal de un asilo. Incluso cuando estamos en la plenitud de la vida necesitamos de los demás. ¿Quién podría vivir solo, sin ser escuchado, cuidado o animado?
El querer actuar solo, sin escuchar los consejos, sin captar el valor de lo que otros pueden aportarme cada día, no es un signo de madurez.
El problema es que la ayuda que los demás es limitada. Hay ámbitos en los que solo Dios puede ayudarnos. Sin embargo, ¡qué lentos que somos en reconocerlo! Queremos apoyarnos en nuestras capacidades, en nuestra inteligencia, en nuestros amigos, apoyos que sin duda son útiles en su momento, pero no logran llevar a cabo lo que únicamente Dios puede operar. Sólo Él puede perdonar todas nuestras faltas y darnos una nueva vida espiritual, el poder para ser victoriosos sobre el mal que nos asedia y la fuerza para hacer el bien.
¿Estamos dispuestos a recibir la ayuda de Dios? Dejemos de lado nuestro orgullo, todo sentimiento de autosuficiencia, y acerquémonos confiadamente al Señor para recibir Su socorro. Él es “nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).