Haceos tesoros en los cielos, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón – Mateo 6:20-21.
Muchas personas invierten su tiempo, sus fuerzas y su dinero en actividades que no les darán ningún rendimiento en el más allá. ¿Por qué el cristiano no se consagra del mismo modo a servir al Señor y agradarle? El Señor dio todo lo que tenía para salvarnos. Consagrarse a algo implica establecer prioridades, privaciones, pues es obvio que la energía o el dinero que gastamos en algo ya no podría estar disponible para otras cosas. Pero por encima de todo, el cristiano es invitado a consagrarse él mismo al Señor. El apóstol Pablo cita el ejemplo de los macedonios, unos creyentes pobres que no sólo habían dado su dinero para el servicio del Evangelio, sino que se habían dado a sí mismos al Señor: “A sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2ª Corintios 8:5).
El Señor Jesús, ejemplo supremo de renuncia, dijo un día a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24).
¡Invirtamos en el cielo, el único lugar en donde no hay ni ladrones, devastaciones o quiebras financieras!
“Tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, el aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2ª Timoteo 4:5-8).