“Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.” 1°Pedro 1: 7-9.
La antigua historia de Job es muy conocida, su pobreza incluso pasó a ser proverbial. Este hombre lo había perdido todo: sus hijos, su ganado y su casa. Tenía una úlcera muy grave que lo hacía sufrir de los pies a la cabeza. Su mujer terminó diciéndole: “Maldice a Dios, y muérete” (Job 2:9). Sus amigos, en vez de animarlo, lo acusaban. Pero en medio de esa situación tan difícil, Job exclamó:
“Yo sé que mi Redentor vive… y mis ojos le verán”
(Job 19: 25,27)
¡Qué admirable fe brillaba en Job! ¡Lo había perdido todo, pero le quedaba Dios! Sabía que tenía un Redentor, un Salvador vivo, y que un día, incluso si su carne volvía al polvo, iba a verlo con sus propios ojos a través de un cuerpo nuevo. ¿Qué grado de conocimiento tenía éste hombre que vivía en tiempos tan antiguos? No lo sabemos. Lo que cuenta es su seguridad y su inquebrantable confianza en Dios.
¡Qué ejemplo para nosotros! Hoy tenemos la Biblia, la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que nos ayuda a comprenderla; como cristianos, conocemos mucho mejor que Job a nuestro Redentor, el Señor Jesús. Él mismo prometió que vendría a buscarnos para llevarnos con Él. Dediquémonos en todo tiempo, tanto en los días felices como en los días difíciles, a alimentar nuestra alma con esta gran esperanza: Nuestro Redentor vive y pronto vendrá a buscarnos. “Sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1° Juan 3:2).