La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. Tito 2:11.
La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Juan 1:17.
Muchas personas intentan convencerse de que la gracia es el atributo de un Dios indulgente, complaciente, que perdonará todo con los ojos cerrados. Otros la consideran una solución a todos los casos perdidos, por ello, cuando hablan, encomiendan todo a la gracia de Dios. Incluso muchas personas piensan que para ganar el paraíso tienen esforzarse al máximo; y luego, si a pesar de todos sus méritos aún son insuficientes, la gracia de Dios completará lo que falta.
Sin embargo, la gracia de Dios es algo totalmente distinto. Esas falsificaciones dan una imagen de Dios completamente errónea; lo consideran indiferente tanto al bien como al mal y al estado de perdición en que se hallan todos los hombres por naturaleza.
Claro que Dios es misericordioso, bueno y poderoso a la vez, que está dispuesto a ayudar a sus criaturas; es el Dios de amor que desea el bien eterno de los hombres, pero también es el Dios que no puede soportar el mal sin castigarlo, el Dios que no tiene por inocente al culpable (Números 14:18).
Dios quiso salvar al hombre pecador, y dar a sus pecados el castigo que éstos merecen. Aunque era inocente, Jesús vino a la tierra para cargar con nuestros pecados; sufrió el castigo de parte de Dios.
Desde ese momento Dios pudo dar de Su gracia a todos, sin excepción; la única condición es que el hombre reconozca la necesidad absoluta de esta gracia y acepte al único Salvador que Dios le dio.