“Cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia.”Romanos 5: 20
“Su benignidad te guía al arrepentimiento.” Romanos 2:4.
El proceso de un asesino en serie terminaba. Las familias de las víctimas se expresaron por turno. Cada una pasó adelante y describió el dolor y la amargura que sentía. El acusado guardaba silencio sin manifestar la menor emoción. Por último, una señora mayor, madre de una de las víctimas, avanzó y, mirando al asesino a los ojos, pronunció estas extraordinarias palabras: “Lo perdono”.
En medio de la sorpresa general, el acusado se dio vuelta, se echó a llorar y por primera vez confesó su vergüenza, sus remordimientos…
El perdón no borró el horror de sus crímenes ni cambió la decisión del tribunal, pero hizo que las lágrimas del arrepentimiento brotaran.
Este relato ilustra el poder de la gracia de Dios, quien desde hace mucho tiempo podría haber perdido la paciencia debido a todas las acciones de egoísmo y maldad del ser humano. Sin embargo, aun hoy Dios ofrece perdón al culpable. ¡Pero el perdón de Dios es muy diferente al que mencionamos anteriormente! ¿Por qué? Porque el perdón de una víctima al acusado no cambia en nada la sentencia que éste merece y que debe ser ejecutada. Dios es justo, pero nos amó tanto que dio a Su Hijo Unigénito para que sufriese el castigo en nuestro lugar. “El castigo de nuestra paz fue sobre Él” (Isaías 53:5).
Si creo que Jesús murió por mí, soy indultado. No permanezcamos insensibles a esta inmensa bondad de Dios que nos invita a arrepentirnos. ¡Confesémosle nuestras faltas, la maldad de nuestro corazón, y aceptemos el perdón que nos ofrece!